Imajica: la reconciliación by Clive Barker

Imajica: la reconciliación by Clive Barker

autor:Clive Barker [Barker, Clive]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policier
publicado: 1990-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo 14

1

Si bien Cortés sólo conocía a la tribu del South Bank desde hacía unas horas, despedirse de ellos no fue fácil. Se había sentido más seguro en su compañía durante ese corto periodo de tiempo que con muchos hombres y mujeres que conocía desde hacía años. Ellos, por su parte, estaban acostumbrados a perder (era el tema principal de casi todas las vidas que había escuchado) así que no hubo histrionismos ni acusaciones, sólo un silencio pesado. Sólo Lunes, cuya persecución era la que había despertado al extraño de su pasividad, intentó de algún modo que Cortés se quedara un poco más.

—Sólo nos quedan unos cuantos muros por pintar —dijo—, y ya los habremos cubierto todos. Unos cuantos días. Una semana como mucho.

—Ojalá tuviera tanto tiempo —le dijo Cortés—, pero no puedo posponer el trabajo que volví para hacer.

Lunes, por supuesto, había estado dormido mientras Cortés hablaba con Tay (y se había despertado muy confundido por el respeto que le mostraban) pero los otros, sobre todo Benedict, tenían nuevas palabras que añadir al vocabulario de los milagros.

—Bueno, ¿y qué hace un Reconciliador? —le preguntó a Cortés—. Si te largas a los Dominios, tío, nosotros queremos ir contigo.

—No me voy de la Tierra. Pero cuando lo haga, seréis los primeros en saberlo.

—¿Y si no te volvemos a ver? —dijo el irlandés.

—Entonces habré fracasado.

—¿Y estás muerto y enterrado?

—Eso es.

—No la va a joder —dijo Carol—. ¿Verdad que no, cariño?

—¿Pero qué hacemos con lo que sabemos? —dijo el irlandés, estaba claro que le inquietaba su carga de misterios—. Cuando tú te hayas ido, no tendrá sentido para nosotros.

—Sí que lo tendrá —dijo Cortés—. Porque se lo vais a contar a otras personas y de esa forma las historias permanecerán vivas hasta que se abra la puerta a los Dominios.

—¿Entonces se lo tendríamos que contar a la gente?

—A cualquiera que quiera escuchar.

Hubo murmullos de asentimiento entre los reunidos. Aquí al menos había un propósito, una conexión con el relato que habían oído y su narrador.

—Si nos necesitas para lo que sea —ronroneó Benedict—, ya sabes dónele encontrarnos.

—Desde luego que sí —dijo Cortés y fue con Clem a la verja.

—¿Y si alguien viene a buscarte? —les gritó Carol.

—Diles que era un chiflado hijo de puta y que me tirasteis por el puente de una patada en el culo.

Eso le valió unas cuantas sonrisas.

—Eso les diremos, maestro —dijo el irlandés—. Pero que sepas que si no vienes a buscarnos uno de estos días, vamos a ir a buscarte nosotros.

Terminadas las despedidas, Clem y Cortés se dirigieron al puente de Waterloo en busca de un taxi que los llevara al otro lado de la ciudad, al apartamento de Jude. Todavía no eran las seis y aunque el flujo del tráfico hacia el norte estaba empezando a espesarse al aparecer los primeros trabajadores procedentes del extrarradio, todavía no había taxis por allí así que empezaron a cruzar el puente a pie con la esperanza de encontrar alguno en el Strand.

—De toda la compañía con la que te



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